andrew merz, de mil en cien, puerto rico

Juguemos a imaginar.

Imagina que estás en la luna, mirando hacia la Tierra a 240,000 millas de distancia. Desde aquí ves las más grandes ciudades convertidas en puntos pequeños, ves cómo el polvo del Sahara sale de África a amedrentar a esta pequeña isla que, desde donde estás, casi no ves. De repente te da con mirar hacia China a ver si es verdad eso de que la Muralla se ve desde el espacio, y te decepcionas al confirmar que aquello que te enseñaron en la elemental era solo un mito.

Quizás, desde esta distancia, pienses en los grandes problemas que más afectan al planeta, de los cuales podremos hablar otro día, si tienes tiempo. Sin embargo, los problemas más cotidianos —esos que son simples, pero tienen el poder de dañarnos el día— desde esta distancia parecen perder importancia.

El tapón de la tarde, el tipo que nos hizo el corte de pastelillo, los semáforos que llevan diez meses sin funcionar… todos se hacen bien pequeños cuando los miras desde el espacio.

Las preocupaciones, ansiedades, el “qué dirán”, el “keeping up with the Joneses” que tenemos en Instagram y Facebook, envidiando la vida extraordinaria de los demás… esas cosas también se achican a 240,000 pies de distancia.

Ahora imagina que nos vamos aún más lejos: al borde del universo. Miremos la Tierra desde aquí.

(Es físicamente imposible, pero juguemos a imaginar, dije.)

Todas esas cosas que veíamos pequeñas, ahora literalmente desaparecen por completo ante nuestros ojos. Ante la grandeza de nuestro universo, todo lo que nos preocupa en la Tierra es invisible, pierde su importancia.

Pero… ¿a dónde voy con todo esto?

Hace unos meses leí un artículo titulado “Don’t Get Cosmic” que intentaba explicar esto que intento explicar aquí. Somos microscópicos comparados con la magnitud del universo en que vivimos. Por lo tanto, todo lo que nos preocupa también.

Para algunos esto debe sonar super depresivo. Pero para mí no. De hecho, esto de imaginar que miro hacia la Tierra desde el espacio es un ejercicio que hago constantemente, algo que me recuerda que sin importar lo que esté sucediendo, no es el fin del mundo.

Pensar en lo diminutos que somos no es algo triste; todo lo contrario. Es un pensamiento liberador que nos recuerda que nada de esto importa a gran escala y, cuando lo ves por el lado positivo, esto significa que tienes la libertad de ir tras tus sueños sin que te preocupen las veces que tengas que caer en el camino.

Sin que te preocupe lo que la gente piensa de ti.

Sin que te preocupe que otros hayan llegado “más lejos que tú” en el trayecto profesional.

Cuando exploramos y nos damos cuenta de nuestra insignificancia cósmica, quitamos la presión de nuestros hombros. Inténtalo.

Empieza ese proyecto que llevas pensando hace meses. Haz tu propio podcast. Graba un vlog. Coge esas clases de salsa que llevas posponiendo todo el año. Escribe ese libro que no sale de tu mente. Haz lo que sueñas con hacer sin importar las veces que falles, porque si el tiempo que tenemos en la Tierra es solo una chispa en comparación con lo infinito, lo mejor que podemos hacer es pasarlo haciendo lo que amamos.

El mundo, este microscópico terreno espacial dentro del inmenso cosmos, es nuestro.