Las máquinas del tiempo no existen.

Es obvio ¿no? Lamentablemente, no vivimos en una película de ciencia ficción de los 80 donde te montas en un DeLorean, aceleras a 88 mph y viajas 30 años de vuelta al futuro. Esa no es la realidad y, por más avances tecnológicos que surjan en nuestra sociedad, posiblemente nunca lo sea. 

Por más que queramos, el tiempo es una constante que sigue hacia adelante infinitamente y sin detenerse. Al parecer no tiene un destino definido. ¿A dónde va el tiempo? No sabemos, pero sí sabemos que no para, se va, se agota, gota a gota, grano a grano como arena en un puñado semi-cerrado. Es tan cruel, que aún cuando se detiene el reloj, el tiempo no lo espera. Sigue, sin ofrecer tregua ni señales de rendirse, incluso cuando el reloj en el mundo físico ofrece su último tic tac. 

El tiempo arranca. Despedaza para siempre cada momento desperdiciado y te mira con el rabo del ojo, condescendiente, juzgándote por malagradecido, por no apreciar el increíble regalo que te está dando, sin que te des cuenta de su valor. Valor que no notarás hasta que sea muy tarde. Si es verdad que el tiempo es oro ¿cuántos quilates ya se han ido por la borda? 

Por eso soñamos. Por eso ideamos fantasías y mundos utópicos donde existe la tecnología necesaria para robarle camino al tiempo –ya sea en forma de DeLorean, o en alguna cápsula rara con cientos de botones rojos y azules acomodados de forma inverosímil. Por eso dedicamos tiempo inventando realidades absurdas en las que podemos viajar a un futuro lejano, a conducir carros voladores y deslizarnos por tubos para llegar de un lugar a otro. Creamos universos imaginarios donde todo se supone que sea más fácil, más conveniente, más seguro, y hasta más estéticamente agradable. 

En otros casos, ideamos estos aparatos fantásticos soñando con volver atrás. 

Ignoramos todas las posibilidades utópicas de un futuro perfecto, si se trata de poder volver al pasado. Ya sea a rectificar un error, a intentar algo de nuevo de otra forma, a cambiar el presente, o simplemente a revivir ciertos momentos que nunca dejarán de ocupar nuestra memoria. ¿Qué sería de nosotros, de nuestro presente, si pudiéramos regresar para cambiar el futuro? Las posibilidades son infinitas. Por eso las hemos soñado por décadas. Invertimos tanto y tanto tiempo en meras posibilidades. 

Pero el tiempo sigue ahí, implacable y despiadado, mirando por encima del hombro, condescendiente, quitando para siempre granitos dorados de arena y cruelmente recordándonos que:

Las máquinas del tiempo no existen.