El verano como lo conocemos acaba de terminar.

En algún punto de mi vida, esto significaba el fin de las vacaciones. Ya en esta fecha estaba loco por volver a la escuela, saludar a los amigos que no veía desde mayo, volver a jugar baloncesto en el recreo o Game Boy en la glorieta después de clase.

Volver a escuchar un timbre… ¿tú sabes desde cuándo yo no escucho un timbre escolar? Ese sonido tan placenteramente molesto que anunciaba que eran las 3, y ahora tenías el resto del día para (después de hacer las asignaciones) hacer lo que quisieras. (Entiéndase, ver Pokémon y Dragonball Z en el show de Chevy).

Escondite, rescate, Los Simpsons a las 4pm en el canal 11.

Las vueltas en bici, las conversaciones hasta tarde, y el mejor jangueo auspiciado por Caribbean Cinemas y Time Out.

Estábamos en la línea entre niños y adultos. Éramos esponjas absorbiendo todas nuestras experiencias, y no teníamos ni idea de que estas forjarían lo que somos hoy.

A veces, solo a veces, quisiera volver…

Hoy no puedo evitar lamentar un poco que estos dos meses se me fueron volando. Cuando eres adulto y consigues trabajo, el verano pasa a ser como cualquier otra época del año. Envueltos en la rutina se nos escapan los días como arena de las manos, y ya parece no haber tiempo suficiente para disfrutar, para vivir.

Pienso que a mis 25 años es demasiado temprano para sentir tanta nostalgia…

En The Carousel, una de mis escenas favoritas de Mad Men, el personaje principal Don Draper describe la nostalgia como “the pain of an old wound”, o el dolor de una vieja herida; y estoy de acuerdo. La herida en este caso no es el recuerdo en sí, sino el darte cuenta de que en aquel momento no sabías que estabas viviendo una experiencia que añorarías revivir.

Como bien dijo Andy en The Office, “I wish there was a way to know you’re in the good old days before you’ve actually left them.”

La nostalgia es el anhelo de volver a casa. Y es en esos buenos recuerdos donde sentimos que estamos donde tenemos que estar.

Creo que esos momentos de nostalgia que nos vienen de mil en cien están ahí para recordarnos cómo se siente estar donde pertenecemos, para que activamente busquemos la forma de sentirlo en el presente. Es una inquietud que nos avisa que no hay algo bien, que tenemos que cambiar algo en nuestra vida para sentirnos como en casa nuevamente.

Pero, ¿y si de aquí a diez años miras a este momento con la misma melancolía? ¿Y si los “good old days” están pasando AHORA?

Podemos vivir cada día como si estuviéramos en la mejor época de nuestras vidas; siempre recordando con alegría los buenos momentos del pasado, pero conscientes de que tenemos un “hoy” por vivir; nuevas memorias por las cuales sentirnos nostálgicos luego.

Definitivamente, alguien debería escribir una canción sobre eso.