Filosofía de vida: Pinta las montañas que quieras

Cuando se trata de buenos modelos a seguir, en mi mente no cabe la más mínima duda de que Bob Ross, el pintor y anfitrión del programa The Joy of Painting, debe encabezar la lista.
Son innumerables las lecciones de vida que aprendemos con tan solo verlo pintar y escucharlo hablar. De él he aprendido a no tener miedo de retarme a mí mismo, a aceptar algunas cosas malas de la vida para poder apreciar más las buenas, y a darme cuenta de que es normal cometer errores, porque estos, en realidad, solo son “happy little accidents”.
Ver a Bob Ross es como sentarte con un buen amigo, un filósofo, un life coach y un instructor de pintura, todo en una sola persona.
Eso sin mencionar lo inmensamente relajante que es ver cualquiera de sus videos. En serio, si en algún momento necesito “bajarle dos” y tengo media hora de tiempo disponible, no hay mejor cosa que pueda hacer que buscar cualquiera de sus episodios en YouTube y listo: relajación instantánea.
Hoy, por casualidad, me topé con un episodio en particular que, para sorpresa de nadie, me mostró implícitamente otra de sus lecciones; de esas que no te tienen que decir, que uno puede inferir con tan solo observar. [Si te interesa, puedes ver el episodio completo aquí.]
Alrededor de los cinco minutos y medio de este episodio, Bob Ross nos cuenta que ha recibido cartas de sus “fans”, en las que algunos le señalan que está dibujando demasiadas montañas y árboles. Según ellos, todas las pinturas de Bob ya tienen suficientes montañitas y arbolitos, y ellos quieren ver cosas distintas.
Imagínate tú… alguien tomándose el tiempo de enviarle una carta a Bob Ross solo para criticar el número de montañas y árboles que pinta.
Lo que hizo Bob en respuesta a esto es algo que todos debemos aplicar en nuestra vida creativa.
¿Qué hizo? Pues, con la paz y tranquilidad que lo identifica, dijo (y estoy parafraseando): “Si no quieres montañas en tus pinturas, no las pintes”. De todos modos, dijo, también recibía muchas más cartas de gente a la que le encantaba estas cosas.
Luego procedió a pintar sus montañas y sus árboles como si nada.
Si hay una actitud que deberíamos emular cuando nos enfrentamos a críticas sin sentido, es esta. No podemos complacer a todo el mundo con todo lo que hagamos. ¿Qué importa la opinión de la gente, y más cuando sabemos que estamos bien encaminados haciendo lo que nos gusta?
Claro, hay críticas que nos ayudan a ver dónde estamos fallando, arreglar esos errores y ser mejores en lo que hacemos.
Pero hay otras que merecen que nos encojamos de hombros, las ignoremos y sigamos pintando nuestras montañitas y arbolitos.
Sé como Bob. Agarra tu brocha metafórica y pinta las montañas que te dé la gana.