Hoy llegué a las 10pm a casa.

Usualmente publico estos blogs súper tarde, porque no tengo remedio. Un día como hoy, más todavía. Las cuatro o cinco personas que me han leído estos días deben estar preguntándose si me quité.

Y la respuesta es: por poco.

Entre el trabajo, asuntos personales y este blog, tenía el día bastante comprometido. Ni siquiera estaba 100% seguro de que publicaría hoy, de lo cansado que sabía que iba a llegar.

Fue mientras fantaseaba con llegar a mi cuarto y tirarme bien tirao’ en la cama a dormir, que una compañera del trabajo nos pidió ayuda con un evento que tenía que cubrir.

Déjame darte el contexto completo… Cuando tu trabajo es manejar redes sociales, siempre se organizan eventos de los cuales hay que tomar fotos, videos, stories, lives, etc. para publicar en la página y así promover la interacción con los fans. Hoy, mi compañera tenía un evento importante y necesitaba el apoyo de cualquier persona de nuestro equipo. Preguntó por el chat del trabajo si alguien estaba disponible.

Ninguno podía.

Y yo por acá, lo pensé y lo pensé… todavía viviéndome la fantasía de que llegaría a casa a “coger un nap” antes de publicar en el blog. (Si me quedaba pegao’ ahí hasta por la mañana, no era mi culpa).

Empecé a ver la cama cada vez más y más lejos de mi realidad.

En ese momento, me vino a la mente un consejo sabio que he escuchado mucho por ahí, “hay que aprender a decir que no”. Estoy de acuerdo. Uno mismo tiene que respetar su tiempo, su espacio y su sanidad mental porque si no, nadie más lo va a hacer. A veces hay que poner las prioridades de uno primero y hasta ser un poco egoístas, porque hay cosas que drenan tu energía si permites que eso pase.

Esta vez, sin embargo, estaba seguro de que ese consejo no aplicaba, así que le dije que sí y me ofrecí a darle apoyo en su evento.

Esta compañera siempre está dispuesta a ayudar, incluso las veces en las que ella tiene más trabajo encima que nosotros. Siempre tiene buenas ideas que aportar y hasta hemos hecho ejercicios de respiración guiados por ella cuando nos ponemos un poco ansiosos en la oficina.

No podía decirle que no, y más cuando veía lo importante que este evento era para ella. Así que, con todo y mi cansancio y que no quería seguir trabajando, la acompañé.

Cuando llegué al lugar del evento, mi energía cambió. De repente ya no me sentía tan cansado, al contrario, estaba listo para ayudar como mejor pudiera.

Para hacerte el cuento corto aún más corto —porque ya te malacostumbré a que puedas leer mis publicaciones en 2 minutos— el evento fue todo un éxito. 3% gracias a mi diminuto apoyo y 97% gracias al esfuerzo, organización, trabajo y dedicación de mi compañera.

Por haberle dicho que sí, tuve la oportunidad de ser parte de un excelente evento, haber gozado de una nueva experiencia… pero sobre todo, me fui con la satisfacción de que pude ser de ayuda a alguien que lo merece, y que mi aportación pudo hacer la diferencia.

Es cierto que muchas veces deberíamos saber decir que no, pero igualmente, existen muchas ocasiones para las que siempre deberíamos tener un rotundo .