Hacer nuevas amistades en la universidad no necesariamente es difícil.

Rodeado de cientos de personas de tu edad y con intereses similares, no es sorpresa para nadie que forjes nuevos lazos de amistad en el proceso. Lo mismo pasaba en la escuela; atrapado en un edificio de 8 de la mañana a 3 de la tarde, tomando las mismas clases juntos, comiendo la misma comida y jugando baloncesto juntos, tener amigos era cosa fácil.

Como adulto es distinto, tienes que moverte activamente a ser social, pero cuando te caen las responsabilidades de la vida real, se puede perder un poco el enfoque en ese aspecto.

No solo disminuye la cantidad de amistades nuevas que hacemos, sino que con el cambio tan drástico de estilo de vida, se descuidan los lazos que teníamos con viejos amigos.

Nos graduamos, reímos y celebramos, luego cada cual coge por su lado hasta que, poco a poco, mejores amigos se van convirtiendo en extraños.

Siguen ahí, los ves en las redes sociales todos los días. Se dan like mutuamente en los memes que comparten. De vez en cuando uno que otro logra algo extraordinario en su vida y le reaccionas en su post con el corazoncito de Facebook. Pero hasta ahí llega la relación. Técnicamente, esta persona no es la que tú conoces.

Y va en ambos sentidos; o sea, tú tampoco eres la persona que ellos conocían.

A veces uno siente que extraña cierta época pasada de la vida; yo pienso que lo que en realidad se extraña es a nuestras amistades de aquel determinado tiempo, esas que ya no son parte activa de nuestra vida.

¿Cómo se daría un reencuentro entre viejos amigos? ¿Sería incómodo, como hablar con un completo extraño?

¿O será que nuestra presencia también le traerá recuerdos, y se retoma la amistad como si no hubiese pasado un solo día?

No me hagas caso, solo estoy pensando en voz alta.