Si me has estado siguiendo desde hace al menos dos o tres semanas, sabes que estos escritos son parte de un 30 day challenge que me propuse hace poco.

La idea era darle vida a este blog que tanto la necesitaba, así que acepté el reto de publicar todos los días sin importar que no estuviera satisfecho con el contenido.

Para un perfeccionista como yo, esto es básicamente una pesadilla hecha realidad. Siempre he sido de los que escribe cosas sin mostrarlas a nadie, con la excusa de que lo seguiré editando hasta que esté lo suficientemente “pasable” como para lanzarlo al mundo.

El problema es que nada nunca es “good enough“.

Pero no importando mis complejos, decidí tirarme de pecho y hacerlo, y gracias a eso he creado más contenido para el blog este mes, que lo que hice en el año y medio que llevaba desde que lo abrí.

Treinta escritos en treinta días, y ya estoy en la recta final. Todo porque en una ociosa noche de sábado decidí convencerme a mí mismo de que publicar mis pensamientos sería una buena idea.

Honestamente, estoy contento con el resultado.

Aunque siempre he sido de los que analiza las cosas de mil maneras distintas antes de tomar una decisión, he tenido que aceptar que una que otra decisión impulsiva de vez en cuando viene bien.

Una tirá de pecho al año no hace daño.

En serio, en estos días aprendí que no hay que medir los pros & cons de todo en la vida. A veces hay que tirarse sin pensarlo dos veces y ocuparse de lo demás en el camino.

Alguien una vez me dijo, en una de esas conversaciones que surgen después de las dos de la madrugada: “Tírate con to'”; y no es hasta ahora, años después esa conversación, que empiezo a enterarme del poder de una tirá de pecho espontánea.