Calma

Calma…
A veces se me hace demasiado difícil encontrarla. Otras veces ni la trato de buscar.
Irónico, porque por fuera puede que parezca ser la persona más tranquila del mundo. Por dentro, sin embargo, mi mente es un televisor análogo que no encuentra señal.
Estática y ruido; ansiedades y miedos que algún día creí que al fin me habían dejado en paz, regresan imprevistas a mi puerta.
¡Qué bien vendría a veces un poquito de calma!
Alguien alguna vez dijo: “En mi vida sufrí muchos problemas, la mayoría de los cuales nunca pasaron”. (O algo así)
Siempre pienso en esta cita cuando temo la posibilidad de que algo malo suceda. “95% de lo que te preocupa no va a pasar, Andrew,” es lo que me digo a mí mismo.
Pero siempre se queda ese 5% restante en la partecita de atrás de nuestro cerebro. En un pequeño rincón de nuestra mente pensamos que lo peor del mundo puede suceder en cualquier momento, y ese insignificante 5% es suficiente para dañar por completo lo que hasta ahora pudo haber sido un hermoso día.
Si venden calma en frasquitos, y si con ellos puedo borrar miedos, quitar ansiedades y silenciar mi mente, pues dame dos de esos. Uno para llevar.
La calma llega después de la tormenta, sí, pero primero hay que pasar por la tormenta. Esa es la parte difícil. Y lo peor es que muchas veces esa tormenta ni existe, aunque bien la sentimos.
Por lo menos yo encontré mi antídoto, que es la escritura. Siempre me siento mejor después de haber escrito. Palabra por palabra paso por la tormenta con todo propósito, para poder llegar a la calma un poco más ligero.
Dicen que trago amargo se pasa rápido, y antes de seguir sufriendo una tormenta imaginaria, yo prefiero tomarme ese antídoto amargo a cul cul.